El Matrimonio en el Antiguo Egipto (II)

El Matrimonio en el Antiguo Egipto (II)


Obligaciones conyugales

Poco sabemos de los derechos y obligaciones que tanto el marido como la esposa tenían el uno hacia el otro, sólo conocemos las actuaciones respecto a las propiedades pero poco de los actos del uno hacia el otro.

Los deberes que un marido tenía hacia su esposa atañían a la ley y la moralidad. Por ejemplo las enseñanzas de Ptahhotep estipulan: " Si eres adulto y fundas una familia debes amar a tu esposa como le corresponde. Llena su estómago y viste sus espaldas, que los ungüentos calmen su cuerpo. Alegra su corazón mientras vivas, ella es un campo fértil para su señor " (Kurth D., Las enseñanzas de Ptahhotep, Madrid 2002). En la Instrucción de Ani leemos lo importante que es confiar en la esposa de uno: “No controles a tu esposa en su casa, cuando sabes que ella es competente ¿No digas “dónde está esto? ¡Tráelo!” cuando ella lo ha puesto en el lugar correcto”.

Un marido debía mantener a su esposa aún cuando hubiese ganado alguna importancia en los trabajos que realiza, ya que era habitual que los hombres se divorciasen de sus mujeres cuando su posición cambiaba favorablemente. El marido debería participar a su esposa - de todo lo que él adquirió, nada debía serle ocultado a ella. Un marido no debía cometer adulterio debiendo asistir a las necesidades de su esposa, tanto médicas cuando ella cayese enferma y proveyéndola de alimento y ropa así como asegurando su entierro tras la muerte.

Aunque los legisladores fueran hombres, el sistema protegió la posición económica de las mujeres y niños y se encaminaba hacia la promoción y protección de la familia. Breasted (A history of Egypt. London 1906) reseña que la unidad básica social era la familia. Un marido sólo tenía una esposa legal y ella era la madre de sus herederos. La esposa era su igual en todos los aspectos y fue tratada con el más alto respeto y consideración.
Acuerdos matrimoniales

Los registros escritos en los últimos períodos y en época Ptolemaica declaran que una mujer también disfruta de su propia personalidad legal. Lo que si había era contratos matrimoniales. Estos acuerdos debían proteger los derechos del marido y la esposa cuando el matrimonio era disuelto. El estado legal de una pareja que convivía era diferente del de una pareja casada, incluso sin la prueba de una ceremonia de matrimonio (Baines y Malek Atlas of Ancient Egypt, Oxford 1980). Ya que el matrimonio: "… no era una institución legal pero sí social …".

Podría haber habido condiciones a las cuales las partes pudieron haberse adherido, para firmar un contrato matrimonial:

  • Cuando un hombre daba a su hija o a su sobrina en matrimonio.
  • Actas en las que el marido da derechos a su esposa. Estipula las consecuencias de matrimonio y divorcio, tales como la herencia de los hijos y como las propiedades de ambos serán tratadas en el momento del divorcio.
  • Actas donde un marido confirma la recepción de una cantidad que anteriormente había dado por su esposa. Contiene el acuerdo entre marido y mujer, por el cual la esposa da al marido una suma del dinero para hacerse su esposa y donde el marido confirma la recepción de esa cantidad. Este dinero debe ser devuelto a la esposa cuando ella lo solicitase después del divorcio. El marido así firma una obligación de pagar a su esposa una suma anual de mantenimiento durante la existencia del matrimonio. El día del divorcio el dinero que la esposa dio a su marido él tiene que devolvérselo en los 30 días después de que ella reclamase el dinero. Si él no responde a la petición de su esposa tiene que seguir pagando su mantenimiento. Sin embargo el dinero sólo tiene que ser devuelto después de que la mujer lo reclame al marido.

El padre, como el guarda de la muchacha, conducía todas las negociaciones y las disposiciones del matrimonio añadiendo, en algunos casos su toque personal al contrato de matrimonio; por ejemplo, un padre hizo a su yerno jurar que, si hubiese divorcio, el yerno renunciaría al derecho a su parte de los bienes comunales aumentados durante el matrimonio y que recibiría una paliza de 100 golpes con un palo fuerte (Papiro. Bodl.). Otro padre, dudoso sobre las intenciones de su yerno, prometió a su hija un lugar para vivir si su marido decidiese abandonarla (Papiro Petrie).

Los primeros contratos verdaderos son mencionados en el Reino Nuevo; textos verdaderos, escritos en escritura hierática o demótica cursiva, han sobrevivido de la XXII dinastía y más aún en Periodo Greco-romano. Erich Luddeckens (Ägyptische Eheverträge. Ägyptologische Abhandlungen I, 1960) ha examinado, aproximadamente, cien contratos, todos de las clases bajas. Usualmente comienzan por la fecha y los nombres del hombre y la mujer y continúan declarando los nombres de los padres, la profesión del hombre y, si él no es egipcio, su origen étnico: nubio, libio, griego,...etc.

Las siguientes partes del contrato registran el hecho del matrimonio y confirman que el hombre entregaba a la mujer la llamada “ofrenda matrimonial” (esto podría haberse desarrollado desde el precio de compra original de una esposa) y que consistía en una pequeña colección de artículos de joyería; dinero o grano valorados en fracciones de un deben (unos 91 gramos)de plata correspondiente, aproximadamente, al coste de un esclavo. Con el paso del tiempo la ofrenda quedó reducida a un pagaré a la esposa en caso de divorcio.

Una forma posterior de contrato, conocido hacia el 517 a.C. por los registros, era el que la mujer daba su dote al hombre cuando se casaba con él. ” Un pago en consideración a la acción de hacerla su esposa”, del cual el marido tenía el usufructo mientras el matrimonio existiese. Esto era una suma en dinero efectivo o el pago en especies que asciende a tres deben de plata.
Situación legal de la mujer casada

Las mujeres egipcias no podían quejarse de su vida si se la compara con la vida de las mujeres de otras culturas de la antigüedad, sobretodo en Oriente. En asuntos cotidianos era, en numerosos aspectos, igual a su compañero, tenemos evidencias de esto desde tiempos prehistóricos. La esposa siempre podía tener sus propios regalos funerarios, estatuas, estelas, puertas falsas, etc. Incluso en el rango de ofrecimientos puestos en su tumba. El entierro de una mujer no era diferente del de un hombre. Sin embargo, era bastante común en las mujeres ser enterradas con sus maridos.





Los registros escritos en los últimos períodos y en época Ptolemaica declaran que una mujer también disfrutaba de su propia personalidad legal, y podría disponer libremente de sus propiedades y aún después del matrimonio estas permanecían separadas tanto del marido como de sus bienes conjuntos. Se ha conocido un caso donde una esposa prestó a su marido una suma del dinero (a un interés excesivo del 30 por ciento) durante tres años, y él tuvo que asegurar el préstamo con sus propiedades.

La mujer podría firmar libremente toda clase de contratos, no sólo con su marido, también con nodrizas, jardineros, comerciantes, etc.; hasta podría comprar esclavos a un acreedor o una autoridad de templo. En este caso el comprador incurría en el deber de proteger al esclavo y asegurar su bienestar, alimentación y todas las necesidades diarias. Por otra parte la mujer, igual que el hombre, tenía capacidad legal para liberar a cualquier esclavo suyo y a menudo hacía esto para adoptarlos.

Una mujer también podía llevar un caso a los tribunales. Un ejemplo es resumido sobre un ostracón de Deir el-Medina ; “……a fecha de hoy, la ciudadana Eset demanda a los trabajadores Jaemipet, Jaemuaset y Amennajte, reclamando “yo soy titular del taller de mi marido Panakht. “ Después de la consulta el juez, dio su veredicto: La mujer tenía razón, los talleres de su marido debían serle dados. '

Steffen Wenig (Die Frau im altem Ägypten, Viena, Munich, 1969) autor de un estudio sobrelas mujeres en el antiguo Egipto, concluyó que las mujeres disfrutaron de igual paga por igual trabajo, y Shafiq Allam (La vie quotidienne en Egypte ancienne, Guizeh 1903) ha argumentado que tenían libertad completa de movimiento. Una inscripción en el templo de Ramsés III en Medinet Habu declara que una mujer podía ir a cualquier parte que desee, libre, con sus ropas apiladas sobre su cabeza. Había desde luego un punto de propaganda aquí para argumentar que con el Rey la política de paz había alcanzado seguridad de movimiento para todos los ciudadanos.

La casa era el dominio de la mujer y su misión principal era, como se ha dicho, criar a los hijos. En casa ella muele el grano, hornea el pan, elabora la cerveza, cocina, hila el lino, y teje las ropas. Las mujeres de los agricultores también les ayudan en el campo, lo vemos en las pinturas de la pared en la tumba de Sennedjem en Deir el Medina, o el grano aventado y tamizado en tiempo de cosecha como se muestra en la capilla de Najt en Sheij Abd el-Qurna. Las mujeres fueron empleadas en los talleres de dignatarios o en templos como tejedoras, lavanderas, panaderas o molineras. Unas llegaron a ser cantantes profesionales, músicas, bailarinas o esteticistas; otras solían hacer ramos y coronas; muchas mujeres pobres y esclavas servían en casas ricas. Y había desde luego las prostitutas.

Las mujeres raramente fueron admitidas en los trabajos públicos, aunque hay documentos que mencionan a mujeres como supervisores de un restaurante, la tienda de un peluquero, un local que vende ungüentos y cosméticos, un centro de cantantes, un taller de hilado, un harén real, etc. Existieron doctoras y supervisoras. En la Baja Época a las mujeres de altos dignatarios y nobles les gustó añadir a las cuerdas de funciones oficiales, sus nombres, pero estos eran a menudo sólo títulos honoríficos.

Las reinas, desde luego, como “las mujeres del dios” les acompañaron en público, ocuparon una posición especial. En realidad, aunque saliesen, no realizaron ningún cometido oficial. Sólo en casos raros aparecen cuando un rey enfermizo o envejecido designó su corregente a la reina y le confió ciertas tareas gubernamentales. Esto puede haber sido el caso con Nefertiti o Tiye; ambas mantuvieron correspondencia con jefes extranjeros.

Sabemos en la larga historia de Egipto de varias reinas con la autoridad total de “un dios vivo”. El mejor conocido es Hatshepsut en la XVIII dinastía, que al principio gobernó como regente de Tuthmosis III, pero dos años después tomó el trono y gobernó prácticamente sola otros 20. Otra fue Tausert, esposa de SETI II, que gobernó sola durante dos años después de la muerte de su hijo. Y así conocemos hasta seis reinas que gobernaron con todo el poder.

Desde el Reino Nuevo en adelante las mujeres encontraron empleo en los templos como subalternas, raras veces como sacerdotes permanentes o, probablemente más a menudo, como sirvientas honorarias del templo por tiempo limitado Siendo más común en los lugares santos de diosas como Hathor, Isis, Neith, Sejmet y Bastet. Contrariamente a lo que se imagina no eran vírgenes viviendo en castidad, eran esposas de dignatarios, funcionarios y predominantemente sacerdotes. Ellas recibían pago en especies por sus servicios.

Hubo mujeres que sirvieron en los templos como cantantes, músicas y bailarinas. De ellas las más dotadas fueron seleccionadas como simuladoras profesionales de las diosas Isis y Neftys en los juegos de misterio que celebran la muerte y la resurrección de Osiris. En las oficinas del templo las mujeres podían hacerse supervisoras del coro, la orquesta o bailarines, o de los tesoros del templo. Del Reino Nuevo en adelante la mujer podía tener el importante puesto en el templo de Amón en Karnak como “la esposa del dios”, por lo general llevado por la reina o una princesa. El harén terrenal de Amón estuvo compuesto de damas de la aristocracia.
Infidelidad

La esposa debió lealtad exclusiva a su marido; tuvo que obedecer cada deseo y cada orden suyos. El marido, sin embargo, debía asegurar un heredero y por tanto podía tomar a una segunda esposa. Siendo el jefe de una familia patriarcal él también hizo peticiones sobre las criadas - por lo general esclavas – que debían dar servicios de cualquier clase. Un hombre que no aprovechaba esta oportunidad podía declarar orgullosamente en el Juicio de los Muertos: “no deseé a mi sirvienta.”

En contraste con estas prerrogativas masculinas había ventajas que protegían a la familia de injerencias externas. La ofensa más seria era el adulterio, si el hombre tomaba, por ejemplo, a la esposa de su vecino, o si la mujer era seducida, independientemente de que el hombre estuviese casado o no, azotaban públicamente a los culpables, o eran marcados para siempre cortándoles las orejas o la nariz. El destierro a Nubia o a las canteras era una alternativa más misericordiosa a la pena de muerte.

Según el Papiro Westcar del Reino Medio un sacerdote cuya esposa había sido infiel llevó el caso ante el rey, que ordenó al seductor ser lanzado a un cocodrilo, y a la mujer ser quemada y sus cenizas dispersadas en Nilo. La historia de los hermanos Anubis y Bata, conservada en el Papiro de Orbiney del Reino Nuevo, cuenta la historia bíblica de Potifar. La esposa de Anubis tenía proyectos sobre su cuñado Bata. Cuando Anubis finalmente comprendió que era ella la que había instigado la traición, dejó de perseguir a su hermano, mató a su esposa y su cuerpo fue lanzado a los perros. 

No es sorprendente entonces que varias Instrucciones, como la de Anjshoshenq, adviertan severamente contra la infidelidad. Las referencias en fuentes no literarias así como sobre papiros y tablillas muestran que ocurrieron. Por otra parte tenemos los registros de juramentos tomados en templos hechos por mujeres cuyo honor había sido deshonrado, reclamando que nunca habían cometido adulterio desde el día que se casaron. Los hombres no fueron medidos por el mismo criterio; no ha aparecido ni una declaración jurada.

Matrimonio e hijos

Todas las mujeres casadas en Egipto tenían un papel por excelencia si lograban un hijo varón. El nacimiento de un hijo era una ocasión para el entusiasmo, era la llegada de alguien que sería el actor principal en las ceremonias de entierro y aseguraría la inmortalidad de su padre y su madre. Las mujeres que no lograban proporcionar un hijo varón estaban en una situación poco envidiable. El remedio más común era procurar para su marido, una esclava o una concubina y adoptar al hijo (o los hijos) varones que de ella nacieran.

La adopción es documentada desde el reinado de Tutmosis III (XVIII dinastía), pero es probable que fuese una costumbre antigua. El caso conocido más temprano es registrado sobre un ostracón que lleva una carta recomendando a un hombre sin hijos adoptar a un huérfano. El registro de la adopción nos dice que la mujer Nanefer, junto con su marido, compraron un esclavo que trajo consigo un hijo y dos hijas. Después de que su marido muriese Nanefer se encargó de los niños, los adoptó y los crió. Su propio hermano se casó con la hija mayor, y Nanefer también adoptó a su hermano de modo que él pudiera heredar una parte igual a la de ella de las propiedades de su marido.

Iconografía del matrimonio

Las representaciones de matrimonios en estatuaria, pinturas y relieves en las tumbas de hombres de clases altas y artesanos reales irradian igualmente la ternura de las relaciones entre parejas, unidas en la esperanza de dicha terrenal. Por lo general les muestran de pie o sentados uno al lado del otro, dándose la manos. A menudo la esposa tiene rodeado con un brazo el cuello o el hombro de su marido, menos con frecuencia viceversa. A veces la esposa está de pie dócilmente detrás de su marido o es representada a más pequeña escala, el artista no tiene la intención de mostrar la inferioridad de la mujer, pero si la importancia particular de su marido; en otros casos ellos son de la misma estatura.

En el Reino Nuevo las relaciones de cariño de reyes y reinas, hasta entonces ocultas detrás de las paredes del harén real, son públicamente demostradas en palabra y en imagen. Amenofis III, por ejemplo, hizo un escarabeo memorial para la posteridad con el fin registrar su matrimonio con Tiye. Ya que ella no era de sangre real esto refleja un matrimonio por amor, y una relación que permaneció firme a pesar de que el rey tenía un gran harén en el cual podía escoger desde sus hijas a sus concubinas. Hay muchos relieves de Amarna, que también, representan sentimientos tiernos entre Ajenatón y Nefertiti. El Rey sostiene a su esposa sobre su regazo o besándola públicamente. El afecto mutuo irradia de nuevo en las pinturas de Tutanjamón con Anjesenamón.

Hay una contribución conmovedora a un matrimonio feliz en el Papiro de Leiden el Nº 371. Una carta dirigida por un viudo al espíritu de su última esposa que dice:” No te he ofendido o he dado motivos a tu corazón para la cólera... no permití que sufrieras por nada, lo hice como tu marido. Nunca me encontraste traicionándote como un campesino entrando en otra casa.”

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Fuente: http://www.egiptologia.com/sociedad-tecnica-y-cultura/619-el-matrimonio-en-el-antiguo-egipto-2-parte.html

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